miércoles, 28 de octubre de 2009

Una conversación de vuelta a casa.

"A ver, para ser felices no tenemos que estar constantemente en la cresta de la ola". Sin duda, esa es la idea. Esa era la conversación que mantenía con uno de mis mejores amigos cuando íbamos de vuelta a casa. Tanto a él como a mí nos gusta mucho ese estar en la cresta de la ola. Buscadores de sensaciones, emociones, grandes consumidores de vida... Pero la verdad es que pretender estar siempre en las nubes no sólo es poco real, sino que puede llegar a ser contraproducente porque en determinados momentos puedes caer en el error de obviar que precisamente la felicidad más sana es aquella que descubrimos en las pequeñas cosas cotidianas que van llenando los instantes de nuestra vida. Perdidos en estas reflexiones acerca de lo que es la felicidad, de pronto, mi amigo me dice :
-"Imagina que este es el último momento de nuestras vidas y por tanto tiene que ser el momento más feliz que hallamos vivido" -Instantáneamente le contesté (y perdón por lo mal hablada que soy a veces):
-"Joder, como el último mejor momento de mi vida sea éste, contigo aquí en la puerta de mi casa, vaya vida de mierda más deprimente va a ser la mía"

Automáticamente estallamos en carcajadas, como nos pasa siempre que caemos en la cuenta de que tenemos casi a la vez las mismas ocurrencias absurdas que tanto acerca nuestras almas. Curiosamente, ese momento acabó convirtiéndose en el mejor de todo el día de hoy, y estoy segura de que lo recordaremos algún que otro día con cariño y como el mejor ejemplo de que verdaderamente la felicidad es el toque que con nuestras propias manos le podemos dar a cualquier circunstancia.
Gracias, amigo mío, por tu sabiduría, por estos pequeños momentos de gran felicidad y por enriquecer mi vida con tu presencia.

lunes, 19 de octubre de 2009

Intrusismo de cerebros.

"Son las emociones las que nos permiten afrontar situaciones demasiado difíciles- el riesgo, las pérdidas irreparables,... etc-como para ser resueltas exclusivamente con el intelecto. Cada emoción nos predispone de un modo diferente a la acción; cada una de ellas nos señala una dirección que, en el pasado, permitió resolver adecuadamente los innumerables desafíos a que se ha visto sometida la existencia humana". Inteligencia Emocional, Daniel Goleman.

Así es, las emociones han sido y son nuestros instrumentos de supervivencia, porque la emoción es la que precede a la acción necesaria para "salir del atolladero". Hace miles de años, salir de ese atolladero podría significar echar a correr ante la presencia de un depredador y entonces se disparaban todas las alarmas biológicamente necesarias para pasar a la huída.

¿Pero qué ocurre hoy día? Las amenazas son otras. El mayor depredador que nos amenaza es el mismo hombre. El sistema límbico ya no está solo; le acompaña ese córtex ultraanalizador, que aunque comprende la estructura más evolucionada de nuestro cerebro, se convierte demasiadas veces en esa madre "sobreprotectora" que no quiere que su hijo aprenda muchas veces a costa de correr ciertos riesgos. Y bajo esa mirada sobreprotectora todo acaba convirtiéndose en un peligro.

No hay peor temor que el miedo a vivir. El miedo a morir ya lo tenemos integrado genéticamente en nuestro pensamiento, como animales que buscan la supervivencia a toda costa; el miedo a vivir lo adquirimos después. Procede de nuestra mente que no se permite fallar en nada, porque fallar en cualquier caso lo interpreta necesariamente como un asunto de vida o muerte, y como esa señal muchas veces llega antes que todo nuestro avanzado raciocinio pues tenemos como resultado dos sistemas que se boicotean continuamente: cuando necesitamos las emociones para comprendernos mejor y obtener una respuesta más adecuada a nuestra humanidad, entonces nos empeñamos en "ser fríos y calculadores", y cuando nos enfrentamos a nuestros problemas de la vida diaria resulta que nos dejamos embotar por mil y una sensaciones que nos inundan de pánico impidiéndonos ver las alternativas más claras. Es lo que yo llamo "intrusismo de cerebros".
¿Comprende nuestra imparable evolución como seres humanos el hecho de que en un futuro podamos modernizar un poco más nuestro sistema límbico de modo que este no se dispare ante cualquier estímulo (como por ejemplo llegar tarde al trabajo) y nos haga saltar como salvajes? ¿O es el córtex al que le corresponde seguir avanzando para intervenir inhibiendo a ese caprichoco cerebro primitivo cuando sea necesario? Quizás no sea cuestión ni de blanco ni de negro, sino de una reconciliación cada vez más acertada de la materia gris.