viernes, 5 de febrero de 2010

ACERCA DE TRENES.

Estación de tren. Andén 2. Ya estaba avanzada la tarde y una discreta brisa helada acariciaba su rostro mientras esperaba la llegada de su tren, como de costumbre. De repente, tuvo esa sensación que tenemos muchos cuando alguien nos está observando, como si su mirada nos pesara en el hombro, así que levantó la vista y le vió a escasos dos metros de distancia. Efectivamente, la observaba con una amplia sonrisa, como si la conociera. Y aquel misterioso hombre, le habló:
-Hola, ¿hace mucho que espera?
-Depende- contestó ella con aire indiferente, aunque sentía un cierto rubor en el alma, aquel caballero la impresionaba sin saber muy bien por qué.
-¿Depende de qué?
-De lo que usted considere mucho tiempo.
-Es verdad, visto así... Yo llevo años en esta estación y cualquiera diría que eso es demasiado tiempo...
-¡Yo también llevo años aquí!- Ya sabía ella que este hombre era especial- ¡Qué raro no habernos visto antes! ¡Yo siempre estoy aquí, en el mismo andén! Siempre estoy esperando por mi tren, pero los que llegan no son el que yo quiero y temo que si cambio de andén, justo en ese instante, pase el mío y yo no me encuentre aquí para cogerlo, así que aquí me quedo, esperando a que aparezca en algún momento.

-¡Vaya, a mí me pasa algo por el estilo! Llevo años de andén en andén. Cada vez que aparece un tren me pregunto si será el apropiado para mí, el que debe llevarme a donde deba ir, así que pruebo suerte y subo, pero al poco de estar en él, me doy cuenta de que ese no es mi trayecto y me bajo en la siguiente estación, y otra vez de vuelta a empezar.

Esta vez el hombre se detuvo por un instante a contemplar a su singular compañía. En todo aquel tiempo no había coincidido con alguien que le pasara algo tan similar a lo que le ocurría a él. Todos parecían siempre tan seguros de a dónde debían ir. Qué trenes coger, qué otros, en cambio, dejar pasar. La gente tenía auténtica obsesión por llegar a sus destinos, tanta, que muchos de ellos se subían sin apenas comprobar si era verdaderamente el tren que deseaban coger y cuando llegaban al final, se daban cuenta de que habían equivocado su destino por una cosa tan absurda como la prisa.
Él, en cambio, a pesar de no saber cuál debía ser su camino, intentaba disfrutar al máximo de cada trayecto y cuando veía que simplemente aquel no era su tren, se bajaba. Así de simple. Así de placentero. Así de ... ¿rutinario? Pero ella no. No había cogido ningún tren. Los descartaba nada más llegar sin tener que subir. Por un momento le intrigó, pero tampoco podía entretenerse. Pronto llegaría el próximo tren.

- ¿Y no se cansa de estar todo el día de acá para allá?- A ella le podía su curiosidad- ¿Se ha parado a pensar que quizás ese tren que usted y que yo esperamos en realidad no exista? ¿Y si no pasa nunca?
- Pues no lo sé- ¡Vaya con la preguntita de la señorita!- La verdad es que ni me lo había planteado. Disculpe, señorita, creo que aquí llega mi tren.
-¿Cómo se lo va a plantear? Son preguntas que se hacen "estáticamente". Mientras te mueves, no hay posibilidad de detener la mente, y así todo es más rápido, como el paisaje que pasa a alta velocidad a través de la ventanilla del tren. El arból que estaba ahí hace unos segundos, ya lo pasamos, ya no está. Así también van pasando los pensamientos, los días, y así pasan los afectos...
El tren se detuvo por unos instantes frente a él. Sabía que tenía que subir. Quería subir y dejar a aquella extraña mujer en su perenne andén, con sus eternas preguntas. Olvidarla cuanto antes, como había hecho con tantos compañeros de ruta.
-¿Por qué me dice esto a mí? ¿Le parece que hago algo mal?
- En absoluto. No juzgo. Sólo observo. No sé hacer otra cosa. Después de tanto tiempo en este andén me he acostumbrado a observar a la gente. Se sorprendería de ver en cuántas cosas nos parecemos los unos a los otros al mismo tiempo que otras nos diferencian. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo no equivocarnos de tren?

-No tengo tiempo para responder a esto, debo subir ya si no quiero perderlo.
-¿Y qué más da si lo pierde? ¿Recuerda la última vez que vio atardecer sin estar en marcha, simplemente sentado, sin estar yendo a alguna parte?
El hombre respiró hondo. Vio que se cerraban las puertas y la máquina veloz se volvía a poner en marcha. Esta vez, no iba a ser pasajero de aquel tren, pero tal vez fuera pasajero de aquel aterdecer en compañía.
Se sentaron juntos a contemplar como el Sol hacía su particular trayecto de siempre, pero igualmente majestuoso. Ahora sólo había silencio, pero era agradable. Son esos silencios que se disfrutan por el mero hecho de compartir con alguien la no necesidad de llenar el vacío entre dos extraños, y que es precisamente, en el encuentro silencioso de dos miradas cuando se puede estar comunicándolo todo.
-Ha valido la pena no subir a ese tren para poder vivir este momento- pensó él en voz alta.
-Ha valido la pena "subir" a este atardecer juntos para no olvidarse de vivir estos momentos-dijo ella con brillo en los ojos- ¿Dejamos este andén y vamos a tomar un café?
-Está bien. Supongo que algunos trenes siempre pueden esperar.

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